El bolso o la vida

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A la salida del trabajo se detiene frente a un mercadillo ambulante. Ha sido un flechazo a primera vista. Ese bolso  es idéntico al que vio la semana pasada en una de las revistas de la peluquería, con la salvedad  de que éste vale diez veces menos. Abre el monedero, hace algunas cuentas de cabeza y duda unos segundos. Lo agarra, y examinándolo con detenimiento, se lo cuelga al hombro. Sin pensárselo dos veces, le pide una rebaja al subsahariano que regenta el puesto. Regatean el precio durante unos minutos hasta que consigue su particular ganga. Llega a casa, abre el armario, se desviste, se enfunda un  vestido de noche que aún no ha estrenado y se observa en el espejo con la última adquisición en una mano. Con la otra se acaricia el vientre y decide retomar la dieta que abandonó. Le gustaría volver al gimnasio, pero no tiene tiempo ni dinero. El Estado le ha retirado la ayuda de dependencia a su madre y tiene que ir a cuidarla casi todas las tardes.

Prepara una cena frugal compuesta de ensalada, pescado a la plancha y un yogur desnatado. Sigue hambrienta, pero resiste la tentación de asaltar la nevera. Enciende la televisión para distraerse, suspira y se frustra. Todas las presentadoras, actrices y cantantes de cada canal lucen unos cuerpos sexys y “perfectos”. Una conocida periodista le recuerda qué champú debe comprar para mantener su pelo sano. El siguiente anuncio muestra a una rubia exuberante usando un aparato de gimnasia que a juzgar  por su aspecto no necesita. Por último, una provecta estrella de Hollywood adicta al bótox, le recomienda una fantástica crema anti edad. Apaga el televisor y estampa el mando contra un sillón. Mira el móvil, y decepcionada, descubre que no ha recibido ningún mensaje. Desde hace algunas semanas, sus amigas ya no la avisan para salir porque siempre tiene que declinar las invitaciones. Abandona el salón y entra en su habitación. Enciende la lámpara de la mesita de noche y se acuesta. La cama de matrimonio le sigue pareciendo un frío desierto desde la separación.  Un día su ex marido, un reputado  profesor de universidad, la abandonó por una de sus alumnas.

Suena el despertador, refunfuña y esconde la cabeza debajo de la almohada. Esta mañana no se siente con ánimos suficientes para acudir a su puesto de trabajo. La empresa le debe el sueldo de dos meses, su jefe no deja de agobiarla con comentarios obscenos y miradas lascivas y además, sus compañeros, ocupando el mismo cargo y siendo unos incompetentes, ganan más dinero que ella. Justo antes de salir, cambia de complementos y se lleva el “capricho” que compró ayer. Dentro del metro se evade leyendo una novela y escuchando las noticias en la radio del móvil. Llega la hora del descanso en el trabajo. Se acerca a la máquina expendedora y saca un barrita energética baja en calorías. Su jefe, que la había seguido aprovechando que estaban solos en ese momento, le dirige  un comentario hiriente sobre su a físico e intenta abusar de ella. Forcejea con él, agarra el bolso nuevo y se lo estrella en la cara. Aturdido, se apoya en la pared tocándose la mejilla y le grita que está despedida. Ella recoge los artilugios que se han caído al suelo con el golpe y se marcha de la oficina. Entra en el ascensor descompuesta. Sale del edificio, se pone las gafas de sol, vuelve a colgarse el bolso y después de mucho tiempo, sonríe.

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