Homenaje al campeón

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Simeone vino de un país donde el fútbol, más que un deporte, es una religión. Los sumos sacerdotes de las barras bravas adoctrinan a los acólitos desde los púlpitos de los templos entre banderas, pistolas y megáfonos. Un lugar donde Dios responde al nombre de Diego Armando. El Cholo trajo la llave que abrió los cerrojos de las mazmorras donde cumplían condena unos aficionados hastiados. Vestido de negro como un exorcista, los liberó de demonios pasados. Y cual samaritano, le lavó las heridas al “Pupas”. Algunos escépticos tuvieron que introducir los dedos en las yagas del costado para creer en un milagro incipiente.

Como espartanos apiñados en los recodos de Las Termópilas, los hombres del Cholo formaron una escuadra inexpugnable, que curtida en el trabajo duro y la pasión domeñada, doblegó a sus enemigos sin compasión. El Atlético jugó al límite de lo establecido en el reglamento y ajustó cuentas con la historia. Liquidó a casi todos los equipos y con la pistola de Diego Costa humeando, la escena de cada crimen parecía un accidente tras el pitido final del árbitro.

En la película ‘Un domingo cualquiera’, Al Pacino encarna a un viejo entrenador de fútbol americano que pide a las viejas glorias del vestuario que salgan del infierno “pulgada a pulgada”. Si hay un equipo que conoce el olor del azufre y el calor de las llamas es el Atlético. Conocedor de los vericuetos de su casa y la idiosincrasia del club, el argentino resumió su filosofía en la máxima del “partido  a partido”, una tautología futbolística transformada en un mantra que Simeone ha inculcado a sus discípulos a rajatabla. En la última jornada, un Barcelona aquejado por una crisis de identidad, la marcha de su capitán, la muerte de Tito Vilanova y la sombra difuminada de su estrella, tuvo en sus manos el campeonato, pero “cuando despertó La Liga (ya no) estaba allí”. Un ejército capitaneado por Gabi se había infiltrado en las entrañas del Camp Nou y como la ciudad de Troya, el feudo y los sueños culés fueron reducidos a cenizas.

Además, el Atlético redimió la memoria de La Invencible hundiendo la flota inglesa del Chelsea a orillas del Támesis. Como audaces bandoleros andaluces que engañaban a los soldados franceses, sus jinetes cabalgaron por los campos de España batiendo records, destrozando pizarras de entrenadores y sumando seguidores a su causa en una sempiterna guerra de guerrillas. Cuando politólogos y periodistas anuncian el fin del bipartidismo a escasos días de las elecciones europeas, el Atlético ha derrocado la dictadura impuesta por el Barcelona y el Real Madrid.

 Ahora Neptuno blande su tridente, agita las aguas del Manzanares y mira de reojo a la diosa Cibeles, cuyos leones afilan sus zarpas y abren sus fauces antes del duelo final.

El negocio familiar

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Con la bata blanca puesta y abotonada, barro los peldaños de la escalera que comunica el sótano con la carnicería. Friego las bandejas, les doy la vuelta y amontonadas en el borde de la pila se van secando con los rayos de sol que entran por la única ventana de la sala. Afilo los cuchillos como el caballero que prepara su espada en tiempos de paz. Vierto agua en un cubo, sumerjo la fregona en su interior y limpio las baldosas manchadas de sangre como Walter White borra las huellas de algún crimen cometido en el laboratorio de Gus Fring. El murmullo del motor que activa la cámara frigorífica, resuena en el fondo de la trastienda. Así como Atlas cargó con el peso del mundo sobre su espalda, un viejo congelador soporta el peso de una portentosa máquina de envasar al vacío. Al lado, una caja azul rebosa etiquetas, bolsas de plástico, facturas por cobrar, un rollo de esparadrapo y bolígrafos sin tinta ni muelle.

En la planta de arriba, los tubos fluorescentes de las vitrinas resaltan los tonos rosados de las carnes. Las estanterías, repletas de botes, latas y paquetes cubren todo el flanco derecho del local. En la puerta no se reúnen mafiosos de Nueva Jersey como en ‘Los Soprano’, pero sí  se congregan  viejas que antes de pasar a mejor vida, prefieren criticar las de todas y cada una de sus vecinas. Ante la falta de clientes, la máquina registradora mantiene su voto de silencio. La proliferación de supermercados en los pueblos de la zona, el miedo a gastar más de lo estrictamente necesario para no morir de inanición, la falta de dientes de unos clientes que nacieron en el Pleistoceno y las trapacerías de los chorizos electos, terminarán por abrir en canal y sacrificar en el matadero hasta el último negocio familiar.

El bolso o la vida

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A la salida del trabajo se detiene frente a un mercadillo ambulante. Ha sido un flechazo a primera vista. Ese bolso  es idéntico al que vio la semana pasada en una de las revistas de la peluquería, con la salvedad  de que éste vale diez veces menos. Abre el monedero, hace algunas cuentas de cabeza y duda unos segundos. Lo agarra, y examinándolo con detenimiento, se lo cuelga al hombro. Sin pensárselo dos veces, le pide una rebaja al subsahariano que regenta el puesto. Regatean el precio durante unos minutos hasta que consigue su particular ganga. Llega a casa, abre el armario, se desviste, se enfunda un  vestido de noche que aún no ha estrenado y se observa en el espejo con la última adquisición en una mano. Con la otra se acaricia el vientre y decide retomar la dieta que abandonó. Le gustaría volver al gimnasio, pero no tiene tiempo ni dinero. El Estado le ha retirado la ayuda de dependencia a su madre y tiene que ir a cuidarla casi todas las tardes.

Prepara una cena frugal compuesta de ensalada, pescado a la plancha y un yogur desnatado. Sigue hambrienta, pero resiste la tentación de asaltar la nevera. Enciende la televisión para distraerse, suspira y se frustra. Todas las presentadoras, actrices y cantantes de cada canal lucen unos cuerpos sexys y “perfectos”. Una conocida periodista le recuerda qué champú debe comprar para mantener su pelo sano. El siguiente anuncio muestra a una rubia exuberante usando un aparato de gimnasia que a juzgar  por su aspecto no necesita. Por último, una provecta estrella de Hollywood adicta al bótox, le recomienda una fantástica crema anti edad. Apaga el televisor y estampa el mando contra un sillón. Mira el móvil, y decepcionada, descubre que no ha recibido ningún mensaje. Desde hace algunas semanas, sus amigas ya no la avisan para salir porque siempre tiene que declinar las invitaciones. Abandona el salón y entra en su habitación. Enciende la lámpara de la mesita de noche y se acuesta. La cama de matrimonio le sigue pareciendo un frío desierto desde la separación.  Un día su ex marido, un reputado  profesor de universidad, la abandonó por una de sus alumnas.

Suena el despertador, refunfuña y esconde la cabeza debajo de la almohada. Esta mañana no se siente con ánimos suficientes para acudir a su puesto de trabajo. La empresa le debe el sueldo de dos meses, su jefe no deja de agobiarla con comentarios obscenos y miradas lascivas y además, sus compañeros, ocupando el mismo cargo y siendo unos incompetentes, ganan más dinero que ella. Justo antes de salir, cambia de complementos y se lleva el “capricho” que compró ayer. Dentro del metro se evade leyendo una novela y escuchando las noticias en la radio del móvil. Llega la hora del descanso en el trabajo. Se acerca a la máquina expendedora y saca un barrita energética baja en calorías. Su jefe, que la había seguido aprovechando que estaban solos en ese momento, le dirige  un comentario hiriente sobre su a físico e intenta abusar de ella. Forcejea con él, agarra el bolso nuevo y se lo estrella en la cara. Aturdido, se apoya en la pared tocándose la mejilla y le grita que está despedida. Ella recoge los artilugios que se han caído al suelo con el golpe y se marcha de la oficina. Entra en el ascensor descompuesta. Sale del edificio, se pone las gafas de sol, vuelve a colgarse el bolso y después de mucho tiempo, sonríe.